El liberal bromista y el estalinista tolerante: historia de una amistad
Pocas cosas nos excitan más a los hipersociables fanáticos de la política, que la amistad entre compañeros de dos viajes que avanzan el uno contra el otro como trenes de mercancías en vía única
Decía Guy Debord que era mejor cambiar de amigos que cambiar de ideas, boutade evidente del pontífice situ francés, un tipo en realidad bastante sociable. Uno anda ya convencido a estas alturas de que las ideas no valen gran cosa, que no son más que una adaptación episódica y frágil del carácter a las circunstancias. Nunca las echas de menos. A los amigos, sí. Por ello, cuando, por azar, como todo lo que tiene que ver con los libros, me he encontrado estos días con la historia de la amistad entre dos fervorosos y teóricamente irreconciliables ideólogos, que desconocía, he tenido que venir aquí corriendo a contárosla.
Resulta que picoteaba el fin de semana uno de esos libros que, por mucho que releas, siempre regalan secretos y bondades inéditas, el Breviario de saberes inútiles (Acantilado), de Simon Leys, cuando me topé con un encantador elogio de Jean-François Revel. Leys le llamaba extrovertido (¿puede haber algo mejor?) y citaba este pasaje del propio Revel:
“Soy la más sociable de todas las criaturas; la relación social con la gente me llena de gozo. Aunque un día feliz debería tener para mí una parte de soledad, debe poder también permitir unas cuantas horas del más intenso de todos los placeres de la mente: la conversación. La amistad ha ocupado siempre un lugar preferente en mi vida, así como el intenso deseo de establecer relaciones con nuevos interlocutores, de escucharles, de preguntarles, de comprobar sus reacciones a mis puntos de vista”.
Podéis entender lo que supone leer algo así para un loco de la socialización como yo que cada vez que sale a dar una vuelta se hace dos o tres amigos para siempre que el día anterior no conocía. Me fui a por las memorias de Revel, El ladrón de la casa vacía (Gota a gota), que dormía el sueño de los justos en mi biblioteca sin ser leído todavía, para buscar la cita en su contexto original. Me puse a ojear el libro y, de pronto, me encontré con ello: “Luis Althusser fue durante quince años uno de mis mejores amigos”.
Excitaciones
Pocas cosas nos excitan más a los hipersociables, a la vez fanáticos de la política, que la amistad entre compañeros de dos viajes que avanzan el uno contra el otro como trenes de mercancías en vía única. Revel fue uno de los escritores liberales más críticos de la ilusión comunista en unos años, antes de la caída del Muro, y en un país, Francia, donde semejante anatema te condenaba al ostracismo intelectual. Althusser logró una espectacular fama en los sesenta con su reinvención de un Marx antihumanista y completamente refractario a Hegel, quien hasta entonces se había considerado su ineluctable Gran Maestro. Althusser también fue un estalinista de línea dura que se opuso radicalmente a ningún atisbo de democratización del PCF.
Pero había algo más. Revel describe en su biografía a Althusser como un tipo escéptico e iconoclasta, que no perdía ocasión cada vez que comían juntos para doblarle las bromas a su amigo y reírse del dogmatismo insoportable de sus marxistas camaradas. “Louis se mostraba a menudo más mordaz que yo con los excesos de la ortodoxia estalinista. Le horripilaba la intolerancia” El liberal bromista y el estalinista tolerante. Qué maravilla.
“Louis se mostraba a menudo más mordaz que yo con los excesos de la ortodoxia estalinista. Le horripilaba la intolerancia”
Esta amistad entre dos hombres que se querían bastante más de lo que podían “odiarse” en las ideas duró, ya digo, quince años. Revel no lograba entender que aquel hombre tan abierto en privado, mostrara en público una actitud cada vez más fanática que estaba seguro de que en realidad impostaba. Disculpaba a su amigo Louis aludiendo a su mente quebradiza, a sus depresiones cada vez más profundas, a la psicosis maníaco-depresiva que muchos años después, en 1980, le llevaría a estrangular a su mujer, Hélene, de la que, en una espeluznante nota de humor negro, Revel señala su mal carácter. Como si quiera decir: “bastante la soportó”.
En 1966, la amistad se rompió. Revel escribió un artículo crítico con Althusser en el que no le decía nada que no le hubiera comentado antes en privado sin que dejaran de reírse los dos, pero esta vez, su frágil amigo se molestó. No volvieron a verse.
“Yo a quién recuerdo es al Louis Althusser con quien jugaba al tenis en 1956 en Valmondais mientras se ponía el sol. Era mucho mejor que yo en el juego y me decía: ‘Cuidado, recuerda a Aristóteles; los gestos del tenis son para phusinn (contra la naturaleza) y no kata phusinn (según la naturaleza)’. Como yo soy de una carácter más bien kata phusinn, he rechazado al metafísico neoestaliniano y he conservado con afecto el recuerdo del amigo”.
A mí, cuando escucho hablar sobre extrovertidos y personas amigables, siempre me viene a la cabeza Thomas Bernhard… 😉
Coincide con lo que oí decir a otras personas que sí conocieron a Althusser y lo describían como muy humano en las relaciones cortas. También triangula con aquello que le gustaba decir a otro animal del 5eme como era Jorge Semprún sobre que un comunista era alguien con quien puedes ir a cenar agradablemente, aunque con esto lo que afirmaba era un aspecto de esa banalidad del mal.