¿Es Greta Thunberg el Anticristo?
¿Y Trump el Katechon? El empresario tecnológico y 'cattivo maestro' de la derecha estadounidense, Peter Thiel, ha dado una entrevista fascinante (e inquietante)
2024 fue el año en que Elon Musk dejó de creer en Marte. No ya como el proyecto científico disparatado que siempre fue, sino como proyecto político, como la utopía libertaria que les permitiera a él y a los suyos escapar de la opresión woke. Ocurrió durante una reunión entre Musk, acompañado de su amigo Peter Thiel, y el CEO de DeepMind, Demis Hassabis, afín al partido demócrata. Demis le dijo a Elon: “Estoy trabajando en el proyecto más importante del mundo. Estoy construyendo una IA superhumana”. Elon le respondió: “Yo sí estoy trabajando en el proyecto más importante del mundo. Voy a convertir al ser humano en una especie interplanetaria”. Entonces Demis dijo: “Bueno, sabes que mi IA podrá seguirte a Marte”. Y Elon se quedó en silencio.
“2024 fue el año en que Elon dejó de creer en Marte. Se obsesionó con que si ibas a Marte, el gobierno socialista de EE. UU. y la IA ‘woke’ te seguirían hasta allí”. No había ningún sitio donde huir sin solucionar antes las cosas en la vieja Tierra. Fue entonces cuando el hombre más rico del mundo, que hasta no hacía mucho había tonteado con los demócratas, decidió apostarlo todo a Donald Trump, según ha desvelado recientemente Thiel a Ross Douthat en Interesting Times, el imperdible podcast de entrevistas que el brillante periodista conservador dirige en el progresista The New York Times.
Esa revelación de que no existe escapatoria, de que la batalla debe librarse aquí y ahora, transforma un proyecto tecnológico en una cruzada política y ha llevado a Thiel y a Musk a quemar millones de dólares para convertir a Trump en presidente. Cuando no puedes construir un arca para salvarte del diluvio, tu única opción es encontrar a alguien que rompa los cielos y detenga la lluvia. La búsqueda de una fuerza contenedora, de un dique contra el avance de lo que se percibe como el caos, no es nueva. De hecho, tiene un nombre teológico y político muy antiguo y poderoso que hoy, sorprendentemente, resuena en Silicon Valley: el katechon.
Resulta fascinante —e inquietante— la conversación entre Douthat y Thiel, miembro fundador de la PayPal Mafia junto a Musk, boss de Palantir, la ominosa multinacional militar-tecnológica de nombre tolkiniano, multimillonario, gay, activista ultraconservador y uno de los más interesantes pensadores actuales. Comprobamos al leerla, atónitos, qué tienen en la cabeza los dueños del mundo. Ahora se lo cuento —y también lo de Greta— pero antes debemos hablar del katechon.
Katechon, katechon, katechon te quiero
El 19 de febrero de 1947, desde su enclaustramiento en la Alemania derrotada después de haber inspirado la jurisprudencia nazi, Carl Schmitt lamentaba en su diario que su pensador favorito de todos los tiempos hubiera lastrado finalmente su obra por desconocer un concepto clave. El pensador era el español Donoso Cortés y el concepto, el katechon.
Las ideas del pensador, diplomático y temible orador reaccionario Donoso Cortés suponen una de las más poderosas, citadas, y hoy olvidadas, aportaciones de nuestro país al pensamiento universal. Autor, según Schmitt, del discurso más extraordinario de la literatura mundial el 4 de enero de 1849 , “y no hago excepciones ni con Pericles, Demóstenes, Cicerón ni Mirabeau, tampoco con Burke”, a nuestro católico De Maistre hispano sólo le faltó curiosamente, poner más atención en la lectura del Nuevo Testamento.
Vayamos a la segunda epístola de Pablo a los tesalonicenses que seguramente no escribió el apóstol de los gentiles (siempre quise empezar un párrafo así). La Segunda venida de Cristo se retrasaba y los primeros cristianos empezaban a ponerse nerviosos. Pero había una explicación:
“No os alarméis porque antes vendrá la apostasía y se mostrará el hombre inicuo, el hijo de la perdición, el adversario que se rebela contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto, hasta el punto de residir en el templo de Dios, mostrándose como si fuera Dios. Ahora conocéis también qué es lo que lo retiene (to kátechon) para que pueda manifestarse a su debido tiempo. Pues ya está activo el misterio de la iniquidad. Solo hace falta que el que lo retiene sea quitado de ene medio. Entonces se manifestará el impío, a quien el señor Jesucristo matará con el aliento de su boca y aniquilará con la majestad de su venida”.
Cómo hacer que el Anticristo llegue tarde
Cuando un buen día Carl Schmitt se topó con el katechon, le pareció un concepto tan irresistible que el filósofo alemán se obsesionó con él y lo convirtió en el centro de su teología política. El katechon sería una especie de dispositivo ralentizador, una fuerza restrictiva, un escudo de la civilización que demoraría el advenimiento del Anticristo y la caída del mundo en la impiedad: los emperadores cristianos como barrera medieval al empuje del Islam, por ejemplo, o el nazismo como salvaguarda de Occidente frente al bolchevismo, como defendió por cierto Schmitt en una conferencia en Madrid en 1944, cuando el Ejército Rojo avanzaba imparable contra el Tercer Reich.
O Donald Trump contra Greta Thunberg.
Sí, Peter Thiel defiende con todo convencimiento en su entrevista con Ross Douthat que la activista ambiental sueca es la encarnación actual del Anticristo, de un poder global que, con la excusa del apocalipsis, climático, nuclear, o cualquier otro riesgo existencial que se pueda imaginar, hunda la civilización en una era blanda de hiperregulación, decadencia, estancamiento y corrección política que emascule toda audacia y riesgo en aras de la paz y la seguridad. El único que puede parar eso, el elemento verdaderamente disruptivo que pueda evitar el avance acelerado hacia la extinción de la especie, el katechon, sería Donald Trump.
Peter Thiel defiende con toda seriedad en su entrevista con Ross Douthat que la activista ambiental sueca es la encarnación actual del Anticristo
“La forma en que el Anticristo se apoderaría del mundo”, reflexiona Thiel, “es hablando de Armagedón sin parar. Hablando de riesgo existencial sin parar, y, por tanto, de la necesidad de regular. Es lo opuesto a la imagen de la ciencia baconiana de los siglos XVII y XVIII, donde el Anticristo es como un genio tecnológico malvado, un científico malvado que inventa una máquina para dominar el mundo. La gente está demasiado asustada para eso. En nuestro mundo, lo que tiene resonancia política es lo contrario. Lo que tiene resonancia política es: necesitamos detener la ciencia, simplemente decir ‘basta’. Y aquí es donde, en el siglo XVII, puedo imaginar a un Dr. Strangelove, un Edward Teller, conquistando el mundo. En el nuestro, es mucho más probable que sea Greta Thunberg”.
La elección de Thunberg como ‘Anticristo’ es, por supuesto, una hipérbole estratégica. Thiel no habla tanto de una figura demoníaca literal, sino que la utiliza como la personificación de su mayor temor: un futuro donde el ‘riesgo existencial’ se convierte en la excusa perfecta para una parálisis total, un mundo temeroso que ahoga la innovación en nombre de una seguridad asfixiante.
El irónico periodista interviene entonces recordándole al multimillonario que la pobre Greta está ahora mismo en un barco frente a la costa de Gaza protestando contra Israel, que podremos pensar de ella lo que queramos, pero tal vez no que vaya a oprimir el mundo entero durante siete años antes de la Segunda Venida de Cristo y la instauración de un reino mesiánico que durará un milenio y concluirá con los fuegos artificiales del Juicio Final. En cualquier caso, si así fuera, ¿no intervendrá antes el Señor? Y entonces Peter Thiel responde muy serio:
-No seas calvinista.
Pues si esto es lo que tienen en la cabeza los mil millonarios vamos dados. Yo por mí, la Segunda Venida ya. Lo demás nos lo podemos saltar.